domingo, 10 de julio de 2011

Noticia- Ramón metió a dos niños en un pozo.

La Guardia Civil detuvo el pasado 30 de junio a Ramos, de 51 años, acusado del secuestro de una niña de 10 años y su hermano de 8. Ambos menores estaban jugando la tarde del domingo 12 de junio en un parque del centro de Torrelaguna, a 60 kilómetros de Madrid, cuando se les acercó un hombre. Este les prometió regalarles un perro. El chiquillo se ilusionó y aceptó subir al automóvil del desconocido, un Seat Ibiza verde. Su hermana fue tras él. De repente, el coche empezó a coger velocidad. Al ver que se alejaban del pueblo, los chiquillos rompieron a gritar. No podían escapar de la parte trasera del vehículo (solo tiene dos puertas).

El raptor pisó el acelerador y recorrió una treintena de kilómetros hasta llegar a Algete. Tomó un estrecho camino, sembrado de hierbajos secos, y al fin se detuvo junto a una sucia y semiderruida construcción. Presuntamente obligó a bajar a los niños y los metió en una caseta en la que hay un pozo seco de 12 metros de profundidad. Aunque gritasen, nadie habría podido verlos ni oírlos. Los chalés más cercanos son los de la urbanización Valderrey, a unos 100 metros de distancia, que están rodeados de altos muros y tupidas arizónicas.

María, de 31 años, de origen rumano, se divorció hace cuatro años de su marido.

La madre de los chiquillos raptados empezó a alarmarse cuando vio que no regresaban a casa. Corrió al parque. Preguntó a los vecinos. Nadie había visto ni oído nada. Y sus niños no aparecían por ningún lado. Agobiada y desesperada, corrió a denunciar su desaparición ante la Guardia Civil.

La Guardia Civil montó una operación de búsqueda con perros y helicópteros incluidos. Los vecinos organizaron espontáneamente patrullas que rastrearon infructuosamente las cuevas y arroyos existentes en la comarca. Todo en vano.

Ramos debía conocer de antes la existencia de la vieja caseta de Algete. Resulta improbable que se llevara allí a los niños al azar, ya que está dentro de una finca privada a la que se llega por un caminucho casi imperceptible que arranca de la carretera M-103 (Cobeña-Torrelaguna). Allí abandonó a los pequeños durante dos días, sin darles de comer ni de beber.

Tras abusar supuestamente de la niña, la obligó a ella y a su hermano a meterse dentro de un pozo seco, construido con tubos de cemento. Lloraban y gritaban. Y para obligarlos a callar, el agresor les arrojó tablones de madera, piedras y otros objetos. "Según me han contado, el pederasta les dijo que posteriormente los iba a entregar a otros hombres", explica María, aturdida por los tranquilizantes.

El domingo fatídico, Ramos se marchó de su casa de Valdepeñas de la Sierra (Guadalajara) sobre las seis de la tarde. Se despidió diciendo que iba a tomar una cerveza. En vez de eso, se fue a Torrelaguna y supuestamente secuestró a los niños. Regresó a dormir sobre las 10 de la noche, según su mujer. Se metió en la cama y no dio ninguna explicación de qué había hecho ni dónde había pasado tantas horas "tomando cerveza".

El lunes, 13 de junio, Ramos se levantó a las seis de la madrugada y fue a vender un lote de chatarra a Fuente el Saz de Jarama. A las tres de la tarde fue a comer a casa y después acompañó a su esposa a hacer unas compras al Carrefour de Alcobendas. Se acostó sin cenar, con síntomas de inquietud o nerviosismo.

El martes se puso en pie temprano y se desplazó a la chatarrería de Fuente el Saz para vender otra partida de hierros viejos que le había regalado el dueño de un bar de El Pontón de la Oliva. Habló varias veces por teléfono con su esposa Marina, quien recuerda ahora: "Me preguntaba constantemente que si se sabía algo de los niños desaparecidos en Torrelaguna. Me preguntaba qué habían contado del caso en televisión. Yo no entendía por qué le interesaba tanto este asunto".

En torno a la una de la tarde de ese mismo día, unos jóvenes que jugaban por los alrededores del siniestro pozo de Algete oyeron los gritos de los niños. Avisaron a la policía. Los bomberos tardaron una hora en rescatar a la niña y a su hermanito, que fueron trasladados al hospital La Paz, en Madrid. Estaban medio desmayados y casi deshidratados.

La niña presentaba una herida en el cuero cabelludo por abrasión y desgarro, que fue suturada, y una lesión en el primer dedo del pie izquierdo, que también fue cosido en quirófano. El niño sufría una herida en el mentón, que también precisó unos cuantos puntos de sutura, según el parte médico facilitado entonces.

Cuando, al fin libres, pudieron besar y abrazar a su madre, los chiquillos le dijeron: "Mamá, sabíamos que no moriríamos en ese pozo donde nos tiró el hombre malo. Nosotros sabíamos que tú vendrías a por nosotros y que harías cualquier cosa por encontrarnos".

Después de casi una semana de hospitalización, fueron dados de alta. Lo peor no eran las heridas físicas, sino las psicológicas. Sobre todo, están aún por determinar las secuelas que pueda arrostrar la menor que fue víctima de la agresión sexual.

El mismo día del rescate de los menores, Ramos llamó a su esposa y le dijo que no iría a casa porque le había salido un trabajo de guarda y estaría fuera durante 10 días. Pero cambió de opinión: se acercó a su domicilio sobre las seis de la madrugada del miércoles 15 de junio, tras alertar previamente por teléfono a su hijo mayor. Recogió una manta y unas bolsas de ropa y huyó sin decir adónde.

A mediodía del mismo miércoles, el presunto raptor volvió a telefonear a su mujer. Le preguntó si se había enterado del desenlace del caso de Torrelaguna y luego acabó por confesarle a bocajarro: "Yo estoy metido en eso. Fue una cosa que planearon unos moros de El Molar. Me prometieron que me iban a dar 3.000 euros. Ellos tenían pensado pedir un rescate de 200.000 euros". Marina no creyó ni una sola palabra de lo que le decía su marido porque sabía que la madre de los menores es una rumana sola y con escasos recursos. ¿Quién en su sano juicio creería que esta mujer podía pagar un rescate tan cuantioso?

A la mujer de Ramos no le sorprendió en absoluto la implicación de este en el secuestro. Lo había sospechado desde el primer momento. Por eso, llamó a su hija mayor, de 18 años, residente en Madrid, fruto de una relación amorosa anterior. Le contó sus temores y la terrible confesión que le había hecho su marido. Acordaron que fuese la joven quien denunciara a este en el cuartel de Torrelaguna.

Los agentes comprobaron que Juan José había penado una condena de 17 años entre rejas por delitos sexuales. "Eso nunca me lo contó. A mí me tenía dicho que estuvo preso porque había matado a un guardia civil después de dar un atraco a una joyería", cuenta Marina. Pero era mentira. No consta que Ramos tenga un pasado de atracador y, en cambio, sí hay certeza de que al menos en una ocasión había actuado como un depredador sexual. Su perfil, pues, encajaba con el del hombre que había perpetrado el doble rapto de Torrelaguna. ¿Pero dónde estaba escondido?

Ramos pertenece a un clan familiar oriundo de un poblado de Vallecas (Madrid), que más tarde se trasladó a Valdebebas, en la otra punta de la capital. Tiene cinco hermanos, entre ellos una hermana que vive en Ciudad Real, y una tía que reside en Albacete. A la Guardia Civil le dio por pensar que alguno de ellos podría estar dando cobijo al sospechoso... y empezó a vigilar las casas de todos esos parientes.

Finalmente, la operación de cerco dio fruto el 30 de junio pasado. El fugitivo fue apresado cerca de la casa de su hermana, en el barrio de El Pilar de Ciudad Real. Se negó a declarar. Pero el juez considera que hay indicios suficientes como para suponerle autor del secuestro, agresión sexual e intento de homicidio de los menores.

Juan José Ramos, su esposa y sus tres hijos se trasladaron hace cinco años desde Albacete a Valdepeñas de la Sierra. Un poblachón de apenas 150 almas plagado de jubilados que matan el tiempo en los bancos acodados en la entrada de una calle en sombra. Él iba de acá para allá, sin rumbo, recogiendo chatarra para mantener así a su familia. A veces había trabajado de pastor de ovejas y durante unos meses ayudó a un albañil local a instalar planchas de vidrio y poliéster para evitar humedades y filtraciones. Marina, la esposa, está empleada durante los fines de semana como cocinera en un restaurante de la zona.

Ningún valdepeñero había sospechado hasta ahora que entre ellos había un tipo que había purgado tres lustros de condena por violación. Ese hombre de mediana estatura que lucía una rosa tatuada en un brazo, iba y venía sin tener demasiado trato con nadie. Solo a veces intercambiaba alguna palabra con los parroquianos del bar. Pero nada más. "Aquí no tenía amigos", afirman a coro varios nonagenarios que esta tarde de verano aguardan con indolencia la llegada del féretro con los restos de un convecino fallecido en Madrid.

Marina y Juan José se conocieron en el barrio de Valdebebas. Juntos han engendrado a tres hijos, pero su vida en común ha tenido más sombras que luces, más momentos malos que buenos, mucha más pobreza que riqueza. "No lo podía evitar. En cuanto veía a una niña por la calle, no podía quitarle los ojos de encima. Eso le pasaba con las chiquillas de entre cinco y diez años", relata Marina. Pero ella nunca pensó que pudiera hacer una atrocidad semejante a la tortura que padecieron los dos niños de Torrelaguna.

-¿No cree que Juan José pueda ser inocente?

-No. Estoy convencida de que él lo hizo. Si él mismo me lo confesó a mí... Creo que eso de que lo hizo por encargo de unos moros de El Molar es mentira.

El pasado martes, la esposa recibió una llamada de una asistente social de la prisión de máxima seguridad de Herrera de la Mancha (Ciudad Real). "Me pidió que le mandase ropa y dinero. Yo le contesté que no tengo nada que mandarle. ¡Como no le mande una soga...!", exclama Marina, mientras sus dos hijos mayores ratifican con el gesto la postura de su madre. "¡Es un pederasta de mierda!", escupe con rabia uno de los chicos, sin poder reprimir su enfado con su progenitor.

La joven que delató a su propio padrastro como presunto autor del doble rapto de Torrelaguna no se limitó a eso. Interpuso otra denuncia contra él acusándole de haber abusado de ella desde que tenía tres años. "Mi hija nunca me lo había contado. Si lo hubiera hecho... Mi hija se ha decidido a hacerlo ahora porque hace unos años le había amenazado con matarnos a mí y a sus hermanos si contaba algo a la policía".

La Comandancia de la Guardia Civil está investigando si el detenido está relacionado con otros casos de abusos sexuales registrados en la Comunidad de Madrid y cuyos autores todavía no han sido identificados.

"Gracias a Dios tengo a mis hijos vivos", declara María, la madre de los chiquillos raptados. "Me gustaría besar y abrazar a los chicos que encontraron a mis niños en el pozo. Se lo agradezco a ellos y a todas las personas de España que me llamaron para dar pistas mientras los buscábamos", agrega. Durante las largas horas de zozobra, ella temió que a sus niños les sucediera algo parecido a lo que le ocurrió a Mariluz Cortés, la niña de cinco años asesinada por otro pederasta en Huelva en 2008. "Esto ha sido muy fuerte. Los psicólogos están atendiendo a los chicos. Ellos no quieren hablar. Y yo no les pregunto. Pero yo tengo que estar tomando pastillas", agrega.

María no quiso comunicar a sus familiares de Rumanía la desaparición de sus niños para no preocuparles. Pero la noticia ha tenido tanta repercusión, incluso a nivel internacional, que todos sus parientes se han ofrecido a ayudarla en lo que necesite. La durísima experiencia ha marcado tanto a esta mujer que ahora ya no ha vuelto a permitir que sus hijos salgan solos a jugar a la calle ni ir a la piscina. En nada le consuela que el presunto raptor esté ya entre rejas. -


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